La envidia contra Fox
Digan lo que digan y hagan lo que hagan, el presidente de este siglo que pasará a la historia con mención honorífica se llama Vicente Fox Quesada, por ganarle al partido de Estado que gobernó México durante casi todo el siglo XX.
La persecución que hay en su contra por participar en empresas que tienen permisos para comercializar productos medicinales derivados de la mariguana –algo que es legal– tiene su origen en la envidia.
En lugar de envidiarlo, Andrés Manuel López Obrador haría bien en imitarlo: todas las payasadas y ocurrencias, como expresidente. Ninguna como presidente de México.
A Fox –por quien no voté– se le envidia porque tendrá un sitio en la historia nacional. Desde hace años, desde el PAN, el PRI y Morena se le regatean méritos.
Ahora la envidia llega a las conferencias matutinas en Palacio Nacional, donde el Presidente lo acusa y recrimina por un asunto que no es ilegal.
Llevaron a la comisionada de Operación Sanitaria a hablar del tema en la conferencia de prensa del Presidente, en lugar de llevar ahí al director del Instituto Nacional de Migración, Francisco Garduño, y que explique la red de corrupción que provocó la muerte de 40 ciudadanos de Centro y Sudamérica, calcinados en una pocilga del gobierno.
O a Ignacio Ovalle, para que cuente quién le ordenó robar 15 mil millones de pesos de Segalmex y diga adónde transfirió ese dinero de los contribuyentes.
Lo que hay contra Fox es pura envidia.
Por cierto, algunos creyentes en Palacio Nacional –que como buenos fariseos hacen ostentación de su fe– podrían recordar que Santo Tomás de Aquino definió los siete pecados capitales y puso en séptimo lugar a la envidia.
¿Por qué? Porque la envidia es la escoria de los pecados: es el único que no genera ningún tipo de satisfacción.
El destacado articulista gallego Emilio Froján señala que “la persona envidiosa es destructiva. No quiere construirse a sí misma, sino que ambiciona ser y tener lo que tiene el otro. Intentará por todos sus medios destruirle hasta que perciba que lo ha bajado a su nivel”.
Ni modo, quienes aspiran a un lugar en la historia mexicana deben asumir que ahí está, por buenas razones, el guanajuatense Vicente Fox.
Hace payasadas como expresidente, que a muchos no nos gustan. Las hizo como candidato. Pero no en la Presidencia.
Con todas las limitaciones supuestas o reales que se le quieran atribuir a Fox, tuvo dos virtudes en su gestión como presidente de la República: sentido común y humildad.
Fox sabía que no sabía. En consecuencia, puso en la Secretaría de Hacienda y como asesor económico de la Presidencia a personas que sí conocían la materia y les hizo caso durante los seis años de su mandato.
Desde luego, como a todo presidente, le habría gustado hacer obras monumentales para ser recordado. No lo hizo porque se atuvo a los criterios de su equipo económico.
Jamás hizo payasadas ni satisfizo caprichos personales con el dinero de los contribuyentes.
No rifó un avión que alguien supuestamente ganó, y que sigue en poder del gobierno federal y su mantenimiento le cuesta al erario, por ejemplo.
Fox no será recordado como un gran presidente, pues ahí no está su mérito.
Fue el que derrotó al PRI y logró la alternancia democrática en el país. Directo a la historia. Eso genera envidias y varios han tratado de bajarlo del pedestal que le corresponde, porque se lo ganó.
Para demeritar la proeza (sí, proeza) de Fox, algunos dicen que el artífice de la alternancia fue el entonces presidente Ernesto Zedillo, que hizo todo lo posible para que perdiera el PRI.
Un gramo de objetividad desmiente esa idea.
Zedillo le metió mil millones de pesos de Pemex a la campaña del candidato presidencial del PRI (Pemexgate).
Como pocos presidentes, Zedillo cambió al dirigente nacional de su partido más de media docena de veces.
Claro que le preocupaba el PRI y metía mano en su operación, en la selección de candidatos a gobernadores y en el liderazgo priista en las cámaras.
El método de selección del candidato presidencial priista se elaboró en Los Pinos, con particularidades muy ad hoc para que ganara el aspirante que puso el presidente.
Contra toda la maquinaria oficial en marcha ganó Fox.
Acabó con el monopolio del poder de un solo partido.
Y como presidente creó una institución valiosa para la rendición de cuentas: el Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI).
No hizo mucho más. Cometió errores, graves algunos. Equivocó prioridades, pero no hubo lugar a locuras ni payasadas: esas estuvieron antes y vinieron después.
Por eso, en lugar de perseguirlo y envidiarlo, sería mejor imitarlo. Reconocer las limitaciones propias y hacerle caso a los que saben.